domingo, 11 de diciembre de 2011

ahora escucho mi dosis diaria de pescado rabioso, esta vez más fuerte. los escrupulos y la cautela llegan tarde, me vuelvo un color tapado, un color oscuro, así visto desde afuera.
y desde mí, mí, mi adentro marmolado, se pueden escuchar los trinos los plañidos de las guitarras de viento. chocándose se dan el mensaje, el que grito cuando me escondo de algún paseo con compañía. el escondite del amor. el escondite de la verguenza. el escondite que esconde un corazón, se puede entrever desde unos pequeños agujeros, la música alada, el ruido del alma, un ruido que no sé si es puro o metálico, es que se encuentra mezclado entre ríos pieles deberes y liebres tontas.
quién sabe cómo se va a sufrir, o cuál es la dosis necesaria de pescado rabioso para desenamorar al sufrimiento de mi interior.
hacelo por mí pequeño ser...

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